Hanoi Hilton (Claudia Fernández Hernández)

Hanoi Hilton (Claudia Fernández Hernández)

Hanoi Hilton (Claudia Fernández Hernández)

Hanoi Hilton o beber el agua de la decepción

Por Claudia Fernández Hernández

Hanoi Hilton es un texto que se originó en la experiencia del dramaturgo Ángel Hernández en Vietnam como becado por un programa de residencias artísticas en el extranjero en 2013. Para el autor es importante mirar hacia otras geografías, pero también establecer puentes para comprender que, a pesar de la distancia, los conflictos y anhelos humanos tienen un mismo lenguaje. A la vez resulta esencial para él que la palabra sea acción por lo que el resultado es un texto muy flexible, con una alta carga poética que el director se encargó de organizar y “domar” de alguna manera. Es así que Diego Álvarez Robledo, el director, nos presenta su versión en las tablas de un texto hecho para el performance que buscó en un primer momento reapropiar un espacio marcado por la violencia en Tamaulipas. 

En sus propias palabras, la visión del director es clara: preservar la esencia y la estética del texto, pero al mismo tiempo entregar al espectador una trama que puede ser hilvanada sin problemas. Conocemos así la historia de Kopkan y Sofía, el primero un hijo “bastardo” producto de la violación de su madre durante la guerra de Vietnam, y la segunda, una ex prostituta de Estambul. A lo largo de los episodios en esta obra presenciamos el desarrollo de la relación entre los mencionados personajes, así como de su deterioro emocional y mental. Lo anterior desemboca en una serie de ataques con explosivos en contra de varios KFC en Hanoi, Vietnam. La crítica hacia la violencia de la guerra y sus consecuencias (tanto para el lado americano como para el vietnamita) es palpable, pero también es interesante cómo incluso en los peores momentos los protagonistas hacen gala de la fe que tienen en el amor. 

La expresión de la rebeldía y el rechazo a la invasión de la cultura estadounidense en Vietnam se ve acompañada por una estética estruendosa que mezcla referencias punk, pop y thrash provenientes principalmente del cine y la música. Hanoi Hilton roza por momentos el género de musical en tanto cada episodio tiene su propia canción cuya letra reflejará directamente lo que sucede en escena, ejercicio que puede parecer redundante. De igual manera, aunque las melodías sean un hilo conector de los episodios frenéticos en escena podrían a su vez tener alguna conexión más lógica (como concentrarse en un solo género o en una sola época). Resulta confuso escuchar a Rage Against The Machine, Regina Spektor y Lady Gaga en un corto periodo de tiempo y darles un sentido más allá de que son canciones occidentales que suenan bien en el momento. La ejecución de las piezas musicales tampoco fue afortunada pues a veces opacan por completo lo que sucede en escena y de pronto también desaparecen por problemas técnicos como sucedió en la versión virtual que presencié. No deja de ser un riesgo loable el que la transmisión sea en vivo.

Sin embargo, a pesar de la música, la estética de la escenografía, con la intervención multimedia de Miriam Romero, y el trabajo corporal de Miguel Pérez Enciso y Estela del Rosario son muy cuidadosos. En primer lugar, resulta muy creativa la forma en que los actores representan objetos inanimados (como una motocicleta) y también cómo muestran sin inhibiciones el placer carnal en distintas situaciones. En algún momento, aparecen desnudos, en su forma más vulnerable pero lejos de causar morbo, llaman a la reflexión sobre la censura y la juventud. Además del filme que le da título, resulta clara la referencia a las estrepitosas películas de acción hollywoodenses producidas entre los 80s y los 90s en las que no hay ni un segundo de paz y en las que, en medio de explosiones y sinsentidos, los norteamericanos salvan el día. La crítica es efectiva entonces: Hanoi Hilton nos habla sobre dos personajes vulnerables que se ven rodeados por lo que no cuenta Hollywood: la miseria, el abandono, la traición y los traumas que se remiten hasta los padres. De igual manera un elemento tan “inocente” en la cultura occidental como lo es un restaurante KFC, se convierte en un símbolo de podredumbre, corrupción y en general de todo lo que está mal en la Vietnam de la posguerra. 

O se apuesta por el orden o no, pero resulta desafortunado quedarse a medio camino. Es decir, la escenografía, las coreografías y la música nos hablan sobre un guion establecido, pero la ejecución nos da la impresión del caos. Lo anterior podría confundir al espectador. Lo cierto es que para bien o para mal, la obra nos invita a reflexionar sobre la disposición estética de los elementos, sobre la historia y sus diálogos altamente poéticos y sobre si al final del día los grandes problemas de violencia que tenemos en el país se podrían reflejar en un lugar tan lejano como Vietnam. Siempre son bienvenidas las obras que someten al espectador a una revisión de sus propios gustos y principios por lo que queda la invitación abierta a disfrutar Hanoi Hilton todos los jueves hasta el 28 de octubre en Teatro La Capilla.