NANA (Silvano Xinetl)

NANA (Silvano Xinetl)

NANA (Silvano Xinetl)

Viaje a través de un amarillo ocre

Por Silvano Xinetl

Mi hija se ha despertado muy temprano, no se dirige a mi habitación, va directo con su Yaya. Nadie sabe de dónde sacó esa palabra, pues no tenemos referentes españoles ni italianos en casa, pero así se ha dirigido siempre a su abuela. Su relación es tan estrecha que me da miedo pensar el día que le haga falta. 

Nana, Yaya, Nona, Abu… cada persona encuentra una forma cariñosa de llamar a su abuela. Cada uno tiene una historia diferente dependiendo la relación con ellas. Y es que, aun cuuando los abuelos también son importantes, la conexión que se forma con la abuela suele tener más profundidad.

En la puesta en escena Nana, con texto y dirección de José Uriel García Solís, May, la protagonista, viaja de la niñez a la adolescencia, entre recuerdos de su abuela. El dramaturgo usa un elemento que para algunos resulta lejano, me refiero al ropero, pero que evoca para muchos todavía juegos de la imaginación durante la infancia. Desde el ojo de la cerradura, May comienza a contar como fue su niñez. Cada experiencia que nos comparte provoca la indagación en nuestros propios recuerdos. Dibuja a través de escenas las figuras que un niño comienza a entender. Es así como una vendedora se puede convertir en una bruja o una sombra puede ser un amigo imaginario. 

El metaverso puede gustarnos o no. Cada día nos vamos acostumbrando más a ver una obra de teatro a través de una pantalla. Y qué decir de tratar de descifrar en pixeles lo que hay del otro lado de la virtualidad. En Nana, que se transmite a través de la plataforma virtual de La Capilla, el montaje unipersonal toma a su favor estas nuevas herramientas, que, si bien aún tienen algunos tropiezos y áreas de mejora, la fuerza de la interpretación de la actriz, Dani Crank, así como el texto, salen avante. 

El espacio escénico e iluminación de Aurelio Palomino, una caja negra acompañada de un fondo dorado con tramas brillantes que evocan una época, luces que parecen estrellas y un vestido amarillo ocre, diseñado por Julio Chávez, remiten a una nostalgia por la relación que se ejerce entre generaciones. Todos ellos acompañantes ideales para esta historia, que están ahí para nutrir al tema central: el amor de una niña por su abuela.

Por momentos nuestra protagonista parece sumergirse en un mundo creado por ella misma. El lente que usan para la transmisión, similar a un espejo cóncavo, genera una perspectiva de ensueño que remite a Alicia en el país de las maravillas. El conjunto de elementos como la cama, el propio vestuario y el trazo, funcionan al dejar una sensación cohesiva del comportamiento de una niña.

El reto de la actriz es no perder el personaje. Continuamente vemos en el cine, la televisión u otras obras de teatro a actrices famosas que se limitan a cambiar de vestuario sin mostrar habilidades interpretativas. En Nana, la actriz pasa del personaje de May, al de su madre y a otros con fluidez y veracidad. Su corporalidad es contenida por momentos, pero el trazo marcado la hace subir y bajar de la cama con movimientos que suman atributos al personaje y dan dinamismo al curso de la historia. Son esos movimientos los que imprimen verosimilitud al paso de la niñez a la adolescencia en la protagonista.

La despedida es parte de la vida, todos nos enfrentamos a ella, poco a poco la asimilamos, aunque rara vez la entendemos. Dejar partir a quien queremos es una de las lecciones que debemos aprender, muy difícil cuando es a temprana edad.

Las referencias a un mundo imaginario pueden dispersarnos de la realidad. En esta obra el dramaturgo y director logra enganchar al espectador y hacerlo reflexionar sobre el dolor de las despedidas y la facilidad con la que olvidamos lo vulnerables que somos, en ese dejarnos llevar por el día a día. Una enfermedad puede convertirse en un monstruo que nos consume y lleva a terminar nuestro ciclo en este mundo, pero al morir quedamos en el recuerdo de quienes nos han amado.